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Francisco Stenta: el héroe que nos acompaña | Estuvo en Malvinas sirviendo a la Fuerza Aérea y siente orgullo de eso.

Un apasionado en todo lo que hace y un tipo solidario y que no pierde el buen humor.
En el corazón de Francisco Stenta late un fuego apasionado y heroico que lo impulsa en todo lo que hace. Siempre dispuesto a tender una mano amiga y a contagiar su buen humor a quienes lo rodean mientras recorre con orgullo las instalaciones del Club YPF, atento a cada oportunidad para colaborar con el Instituto y hacer una diferencia en la vida de otros.

Aunque su humildad se destaque, Francisco lleva en su esencia la grandeza de un verdadero héroe de nuestra patria. Con valentía y coraje, estuvo entre aquellos argentinos que se batieron en la cruenta guerra de Malvinas, una contienda que dejó una profunda marca en toda una generación de compatriotas.

«No le tengo miedo a la muerte. Para mí es volver a vivir», cuenta al inicio de la charla.

Con orgullo nos relata que su abuelo, italiano de nacimiento, llegó en 1912 y que fue uno de los fundadores de la Orquesta Blas Blota de Rivadavia. La familia ya estaba destinada a hacer historia en estas tierras.

Más allá de lo que muchos creen, para Francisco lo mejor que le tocó vivir fue ir a la guerra, aunque aclara que lo que se vivió en el 82 fue una batalla aeronaval y no una guerra; hubiera sido diferente si hubieran entrado otros actores.

«Muchos me tratan de loco por decir eso, pero para mí es así porque mi nombre ya figura en los libros de la historia argentina», asegura con convicción. Y va más allá para mostrar lo importante que fue para él aquella experiencia. «Soy nacido el 21 de enero de 1963. Soy de la privilegiada clase 63, los únicos que fuimos a la guerra», asegura echando por tierra lo que para el común de los mortales fue una experiencia traumática.

Él recuerda cada detalle de aquel año 1982. «Me tocó el 886 en el sorteo y creía que era Marina, pero cuando me dijeron que era Fuerza Aérea, fui feliz. Desde chico me gustan los aviones. Ya se hablaba algo del conflicto, pero nadie esperaba que ocurriera. Nos incorporaron el 5 de enero de 1982 y el 10 ya nos llevaron a Potrerillos para hacer una instrucción militar», relata mientras sus ojos brillan con intensidad. Parece regresar con la mirada a aquel año que cambió la vida, no solo de él sino de toda una generación.

La emoción que lo invade en cada instante vuelve a surgir en la charla cuando recuerda que: «a nosotros nos enseñaron a usar la mira infrarroja, algo que no existía hasta ese momento en el país. Los ingleses, en cambio, venían con ropa de abrigo importante, mira infrarroja, mira nocturna y entrenamiento en los barcos. Nosotros estábamos lejos de eso. Por eso ellos decían que nosotros pelearíamos con arco y flecha. Lo que no consideraban era el corazón que tenemos».

La Fuerza Aérea fue la gran figura de aquel conflicto y él formó parte de esa arma. Otro motivo que lo enorgullece. Nos describe que: «estuve en una de las bases que asistía a los pilotos. En mi caso, en Puerto San Julián. Los aviones no podían salir de Malvinas porque ahí solo había un aeródromo. Los aviones salían desde el continente. De hecho, la primera operación que hicieron los ingleses fue conocida como Mikado y tenía que ver con destruir las bases que teníamos en el continente».

Detalla todas las acciones positivas que llevaban a cabo los pilotos nacionales: «volaban a dos metros sobre el nivel del mar. Con eso no los detectaban los radares y así se les infligió mucho daño a los ingleses. Incluso hundimos el Invencible, una nave insignia de ellos, pero nunca lo admitieron. Tenían un gemelo y lo sacaron para desmentir la verdad».

«Eso provocó que se cambiaran todos los protocolos de guerra en el mundo«.

Afirma que un día más de guerra habría resultado en un triunfo nacional y que todavía no comprende por qué se rindieron. «Ellos ya no tenían alimentos y tampoco una forma de regresar».

Relata que aún se siente mal cuando escucha el ruido de un avión. Lamenta que nunca recibieron asistencia psicológica y que cuando regresaron a la provincia los tuvieron veinte días encerrados y bajo amenaza de no hablar, so pena de someterse a un tribunal militar.

Cuenta una experiencia traumática en la que estuvo varios días escondido en un pozo de zorro. «Sonaban y sonaban las alarmas. Eso hizo que no pudiéramos movernos. Pasaron cinco días en los que no podíamos comer, porque si comías tenías que ir al baño. Orinábamos ahí mismo. Cuando salí y me quité las medias, se me desprendió toda la piel desde donde empezaba la media hasta el dedo gordo. El médico me dijo que la única manera de curarme era caminar sobre la nieve, pero también corría el riesgo de que se me congelaran los pies».

A pesar de haber vivido varios meses en el teatro de operaciones y de haber sido nombrado veterano de guerra, no cobra la pensión. Sí, como lo estás leyendo.

Sin rodeos, nos cuenta que «Cuando ocurrió el levantamiento de los carapintadas contra Alfonsín, la forma de negociar fue aceptar que los únicos que recibirían la pensión serían los que habían estado en las Islas. Eso pedían Sineldín, Rico y los demás», una verdadera locura, pero que refleja lo que es este país, siempre con egos personales y sin mirar el bien común.

La historia de Francisco Stenta es una oda a la pasión y al heroísmo, tejida con hilos de solidaridad y una determinación inquebrantable. Su presencia es un faro de esperanza en la oscuridad, y su espíritu indomable es una inspiración para todos aquellos que tienen la suerte de cruzar su camino. En cada acción, en cada palabra, se erige como un auténtico héroe, cuyo legado perdurará a través de los tiem

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