Trabajó diez años en la sede San Rafael donde se convirtió en la «mamá» de cientos de jóvenes.
Por: Maxi Salgado
Hay personas que están hechas de acero inolvidable, personas que hacen que todo tenga sentido, incluso lo que parecía no interesarnos. Son personas que marcan un antes y un después en nuestra vida, que llegan como un soplo de aire fresco y que, si se van, permanecen como huella indeleble.
Así son esos héroes anónimos que tienen instituciones como la nuestra. Personas que dan su vida en el día a día, que aportan amor, que aportan contención y que se jubilan y entonces muchos olvidan lo que hicieron. Estamos hablando de bedeles, secretarias, celadores, personas imprescindibles pero poco reconocidas públicamente. Todas tienen un punto en común: les da vergüenza hablar, no quieren ser protagonistas.
Este es el caso de Mabel Trollano en la sede San Rafael. Una madre para miles de chicos que pasaron por el IEF durante los diez años que estuvo allí. «Fueron los años más felices de mi vida. Inolvidables por todo lo que se vivió en ese tiempo», cuenta con una emoción que contagia hoy a tres años de su jubilación y recuerda que tanto la marcó la jubilación que «me costó dejar de ir y la verdad que cada tanto voy a visitarlos y me reciben siempre con mucho amor», agrega.
«Llegué al Instituto a muy poco de que se creara la sede y siento que fue un regalo que me dio la vida. Aunque la verdad que nunca supe bien cuál era mi función. Boyaba de un lugar a otro. Yo siempre decía que era multifunción cuando me preguntaban».
La verdad que su función fue más importante que la que da un rótulo. Fue brindar contención, solidaridad y eso no se paga con el dinero de un sueldo. Ese reconocimiento es eterno. «Una persona que nos marcó a todos. La conexión que tenía con los alumnos era increíble. Es el día de hoy que los chicos la siguen invitando a los cumpleaños, a los casamientos. Nadie deja de recordar todo lo que hizo», nos cuenta Gustavo Juri, coordinador de la sede del Sur provincial y quién es un hombre que propicia esos lindos ámbitos laborales.
Ella también destaca eso. «Era un poco el nexo entre las autoridades y los alumnos. Los jóvenes son únicos. Cada día te llenaban el alma cuando llegaban, dejaban su bicicleta y lo primero que hacían era venir a abrazarme; a darme un beso. Muchos me contaban sus cosas, sus problemas, sus alegrías. Algunos han llorado en mis hombros. La verdad que fue muy emocionante para mí esa función. Relaciones muy fuertes. Y más allá de los alumnos, no puedo dejar de destacar a los compañeros. Siempre muy buena relación. Ni que hablar de Gustavo (Jury), una persona que supo crear un grupo de trabajo inolvidable. Siempre presente, con su oficina abierta en cualquier momento. También un reconocimiento muy especial para Raúl Brioude (rector de ese momento) y Luis Castillo, quienes siempre tuvieron una predisposición espectacular con la sede».
«Fue celadora administrativa. Era la persona que sabía todo. Entendía que cuando un chico tiene un problema, lo tenemos todos. Era la que se enteraba si había un papá que se había quedado sin trabajo o un chico no podía pagar las fotocopias. También tenía esa suspicacia para guardar las cosas que le contaban y que no se podían resolver. Vio formarse más de una pareja en el Instituto y por ello todavía tiene muchos casamientos a los que estará invitada», cuenta Juri quien la vio ingresar al IEF. «Llegó sola, pero se fue de la mano de todos», resume.
Charlar con ella te hace sentir tranquilidad. Es la mamá que todos queremos tener. Luchadora de la vida, crió sola a dos hijos que son su sostén, el mismo que ella le dio a muchos alumnos que llegaban desde lugares lejanos a estudiar en el IEF. «Quiero decir que no he estado sola nunca. Hay que destacar a Tere que entramos a trabajar casi juntas. La que tiene que estar agradecida soy yo, el Instituto me dio la posibilidad de vivir esa etapa maravillosa de la vida», nos deja en el final.
Muchos son los alumnos que también destacan su rol como samaritana.
«Siempre estaba atenta a los que nos pasaba a todos. Nos acompañó en todo momento. Una persona que nunca se mostró triste, que nos hizo amar al Instituto y a la que siempre vamos a llevar en el corazón», nos cuenta Melisa.
«La familia no siempre es de sangre.
La familia son las personas en tu vida que te quieren en la suya.
Son aquellos que te aceptan por quien eres.
Aquellos que harían cualquier cosa por verte sonreír y aquellos que te aman sin importar nada».
Eso fue Mabel Trollano para todos los chicos que pasaron por el IEF durante su estancia en el Instituto.
Por muchas más Mabel de la vida. Por más personas hechas como vos, de «acero inolvidable».