IEF9-016

Gladys Ortega, la profe que rompió esteriotipos

Gran docente y atleta. La palmirense a la que sacó la dictadura y murió a los 27 años tras dar a luz.

Por Maxi Salgado (Comunicación IEF)

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Humanidad, respeto, amistad, compromiso social, comprender al que piensa distinto, considerar la diferencia, solidaridad, esfuerzo, trabajo. Todo eso tienen nuestros protagonistas de esta sección. Anónimos que lejos de buscar la fama, el poder o el dinero que marcan las constantes vitales de nuestra sociedad optaron desde la sombra por remar a favor de una comunidad que es una familia. Héroes que a lo largo de 60 años le dieron vida al Instituto De Educación Física Jorge Coll.

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«Desde mi Palmira le escribo estas líneas,
quisiera que sepa que pienso en usted,
con esa paciencia infinita corriendo,
por calles de tierras volando sus pies»,

Dice el inicio de una canción que se le dedicó a nuestro personaje.

Una escuela, un gimnasio (el 3 de La Ciudad de Mendoza) y un campo de atletismo en San Martín llevan hoy su nombre. Lo que demuestra la grandeza de su figura. Imposible no incluirla en la lista de los 60 personajes, porque fue estudiante y profe de nuestro instituto.
Gladys Ortega, la gran atleta de nuestra provincia, tuvo una relación con el Instituto que marcó una época difícil de nuestro país. La palmirense vivió una vida apurada. Falleció a los 27 años, pero tuvo tiempo para dejar una huella imborrable no sólo en nuestra institución, sino también en el deporte de la provincia.

«Fuiste una campeona,
recorriendo América,
nos diste el orgullo
de verte crecer».

Nacida el 21 de mayo de 1951(esta semana hubiera cumplido 71 años), Gladys le dedicó su vida al deporte en la tierra palmirense donde vivió sus años de gloria. Allí estudió en la escuela Martín Miguel de Güemes y en la secundaria Julio Argentino Roca. Fue en el inicio de su adolescencia donde comenzó a transitar por el camino del deporte impulsada, cómo muchos adolescentes, por su profe de gimnasia y supo que la docencia sería lo que quería para su futuro.

Desde 1965 hasta 1977 consiguió entre 15 y 20 medallas por año. Obtuvo campeonatos sudamericanos juveniles, subcampeonatos sudamericanos de adultos, participó de los Juegos Panamericanos y fue campeona nacional durante 10 años consecutivos.

«Tu metro setenta se erguía hacia el cielo,
y por tu nobleza te hiciste querer.
Recuerdo que octubre se vistió de luto
para despedirte un atardecer y
todo mi pueblo te rinde homenaje
por tu humanidad y tú sencillez».

Rompió los estereotipos. Su cuerpo, dicen, no era el biotipo de una atleta. Ella se rió de todo eso. Pero lo más importante fue que demostró que podía ser una excelente docente y eso lo destacan todos aquellos que la tuvieron en el colegio Nuestra Señora de la Compasión y en la Escuela Nacional de Palmira.
Su amor por la actividad física la llevó a estudiar el profesorado de Educación Física en nuestro Instituto donde ingresó en 1970 y compartió promoción con otra grande del atletismo, Elsa Pennesi. «Era una dedicada estudiante y debió haber sido abanderada, pero una situación administrativa la privó de tener ese honor«, cuenta Leandro «Cacho» Espínola, su esposo, gran atleta y también profesor de nuestra casa de estudios.
Eran épocas de una educación bastante rígida. Una lógica militarizada con acento en la división entre la masculinidad y la feminidad.

«Estarás saltando por pistas de nubes,
velando tranquila por nuestra niñez
con esa sonrisa, que todos recuerdan,
mientras se desandaba la vida en tus pies…»

«Ella tuvo la genialidad que tiene que tener un deportista, además del talento, tuvo la constancia, la perseverancia, el desarrollo de su templanza para entrenar todos los días de la semana y para sobreponerse a los momentos difíciles. Entrenaba y al mismo tiempo estudiaba y trabajaba”, nos cuenta Espínola.
Tiempo después, sus logros y su capacidad la hicieron poder volver al Instituto como docente. «Fue profe de grandes profesionales que tuvo el atletismo en esa época».
Nada le fue fácil. La dictadura militar la sacó de la nómina de los docentes del Instituto.
«Comunicole que resolución 3714 del 1/10/76 del delegado militar ante el ministerio de Cultura y Educación ha sido dado de baja por razones de servicio la agente Gladys Ortega en un cargo de Profesor interino asistente de Trabajos prácticos en el INEF de Mendoza», dice el telegrama que consta en su legajo.
Fue víctima de esas pérdidas de derechos que se proponía como política de Estado en aquel momento negro de la historia nacional.

«Hicimos muchas cosas para revertir la situación pero no pudimos lograrlo», rememora su ex marido y papá de su hijo.

«Fuiste un ejemplo de lucha constante,
solo el deporte marcó tu pasión,
tu vida entregaste para dar más vida
y allí en tu retoño, derramaste amor…»

Tenía 26 años pero ya había conseguido todo en lo profesional. Fue el momento que decidió satisfacer sus deseos personales. Quería ser madre y lo logró, sólo no pudo llegar a la Luna, algo que le confesó cómo una de sus metas al Diario Los Andes en una de las tantas notas que le dio. Nadie podía imaginar que esa mujer que era una muestra gratis de coraje iba a cruzarse con un rival que le ganó la batalla.

Una cruel enfermedad la llevó a no poder ver a su hijo.
El Diario Los Andes describió aquella situación como un acto de amor enorme. «Tras 25 días en una sala de cuidados intensivos entre el dolor y el rictus amargo de la dura agonía. Símbolo de férrea voluntad y espíritu de lucha, no resistió la operación del parto en la que dio vida a esa semilla que había gestado durante nueve meses con su propia existencia. Palmira está de duelo, el deporte de Mendoza, también».
Habría que haber agregado, a la Educación en esa lista de lugares y ámbitos que estaban de luto.

«Palmira te siente corriendo en su calles
recordando siempre tu claro valor,
citando tu nombre con tanto respeto
en pos del futuro, tu ejemplo vivió».

En su homenaje, por resolución del 14 de junio de 1995, la escuela de nivel inicial N° 1-716, que ubica en el Barrio Belgrano de Palmira, se llama «Profesora Irma Gladys Ortega».

«es nuestro tributo a Gladys Ortega,
la profesora de nuestra niñez,
añoro admirarte, corriendo en mis calles
volviéndote pájaro al atardecer»,

Cierra la canción tributo.

Qué más decir. Sólo destacar a esa mujer que dejó su huella y no permitir que su recuerdo muera con el paso del tiempo.

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